lunes, 26 de julio de 2010

Bar Pepe. EL HORROR

¿Sabeis ese paisano que llega del pueblo y pone un bar? Un bar cutre, de esos con barra de sintasol y taburetes, y un ventilador que ni da aire ni da nada, pero que tiene una cocina donde no sabes si se ha metido un alquimista o qué, pero que te saca unas tapas de cocina que no las hace ya ni tu madre, y que al cabo de dos o tres meses desayunas ahí (esas tostadas de tumaca y jamón), comes allí (esa paella de los jueves), te ves el partido ahí (esos pinchos morunos) y vives allí. ¿Sabeis lo que quiero decir?

Pues el Pepe no es.

El Pepe está a dos calles de mi casa y creo que una vez entré para mear. Me tomé un café, claro. El café era una mierda, pero no era peor que los del barrio, que no sé de qué pozo han sacado el agua con la que aguan la leche, porque joder. Los churros están buenos, eso sí (ya que estaba desayuné allí). Y el váter no era lo peor que he visto en mi vida. De hecho se veía el suelo y se olía el fairy. Pero algo en mi inconsciente me había prevenido de volver. Llamadlo karma o destino o acupuntura, yo pasaba por la puerta del Pepe y nada.

Hasta que el otro día me dio por ir. Y no sólo eso, es que pedí un pincho de tortilla.

Seamos sinceros: la tortilla de patatas es un plato difícil de cojones.

Se rompe. Se cae. Se quema. Se queda cruda. A tu novia le gusta con cebolla (y tú te jodes). A tu madre le gusta sin cebolla (y si te gusta la cebolla, entonces te jodes). A la madre de tu novia le gusta "paisana", o sea con pimientos (y te jodes), o con chorizo (¡burrrrp!) o con GUISANTES (WTF!). Hay quien la deja cuajadita, lo cual está bien, porque así puedes usarla para ponerle un parche a la mochila. Hay quien la prefiere "poco hecha", que también está bien, porque así te la bebes y te crees que eres un mazas con su batido de proteínas. Y luego están todos tus amigos guiris, y anda que en Barna no hay, que se creen que son Arguiñano y saben hacerla mejor que nadie.

Y todo el día venga a probar la puta tortilla.

Pero la cosa es que alimenta, llena la panza y te crees que has comido de verdad. Por eso me pedí el pincho.

La cosa es que el Bar Pepe ha conseguido crear una tortilla que no se parece en nada a todas las demás. La tortilla del Pepe es una y todas están en ella. Ese borde negro y duro de las "cuajaditas", ese centro poco o nada hecho que un poco más y sale volando un pollito (que está bien, porque así le habrían dado una Estrella Michelín por inventar la Tortilla Fusión-Roscón de Reyes). Esos restos de fritura del tenedor-espátula de servir. Ese aroma inconfundible del aceite de las sardinas (¡arriba la dieta mediterránea!). Y el pan. El pan que guardaba secretos, que había sido testigo de confidencias y amores, ahí en su cajón, durante años. El pan que no estaba duro sino algo mucho más allá, elástico como goma, que se extendía en tiempo y espacio...

Porque encima el tío ME PUSO LA TORTILLA EN UN BOCADILLO.

Pero me terminé la cosa y no dejé nada. Llevado por la inercia del horror, y porque venía de empalmada y tenía más hambre que el perro de un ciego, me comí todo el bocata. Un minuto después bajaba las escaleras de tres en tres en dirección al baño. Y pensé que la Naturaleza es sabia y milagrosa.

Al entrar en el baño recordé, de pronto, que los váteres que recordaba no eran del Pepe, sino del bar de enfrente, Pep's, un pub de estos de los 80 donde todavía ponen café vienés y tortitas, y los baños están más o menos limpios, y casi no te encuentras a nadie tirando líneas, y se ve el suelo y huele al fairy. Aquí no: desde el suelo, mi propio reflejo me devolvía la mirada con una infinita compasión.

Pagué y salí del Bar Pepe cruzándome con dos ilusos que entraban a desayunar. No tuve estómago para advertirles. Soy un cobarde, lo sé. Pero por eso me he hecho este blog. Ya está bien de cutradas, copón.